Why do we have to dress well?

VOGUE MATRIOSHKA

Según muchos, quizás la parte más esclarecedora de nuestra personalidad está en nuestro atuendo. En teoría, el vestuario advierte a otros sobre nuestro estado como seres humanos, aptos para la reproducción. Vestirse bien en nuestra sabiduría capitalista, o el hecho de llevar cierta marca encima, le enseña al del frente, a los del bus, al que nos entrevista, al que amamos; que genéticamente estamos en buena forma. En el diccionario cultural, llevar un objeto socialmente considerado como lujoso significa que hemos acumulado tantos recursos, que invertir unos cuantos miles en frivolidades resulta un encanto.

Por mi parte, es bastante fácil señalar que cada vez me visto peor. Y qué más da, si hoy en día vestirse bien es tan fácil! Vírgenes de las tendencias quedan más bien pocas, y todas en peligro de extinción. Ya nadie se embarca en la misión de buscar un estilo. ¿Para qué? Si ahora los pueden tener todos y acomodarse a cada uno. Prendas de diseñador a precio de masa; posts a diario, revistas semanales, biblias mensuales con instrucciones precisas de qué va bien con qué, un paso a paso para la aceptación visual. A lo Hansel & Gretel, se siguen las migajas de un sendero que otro primero ya atravesó.

Para mi vestirse ‘bien’, tener un estilo, es más que nada, un problema ético, una cuestión de decencia. Siendo más gráficos, es un problema de dirección. Vestirse es un ejercicio de emigración de historias internas a una corteza exterior; pública. No, nunca, jamás de empañetar nuestro manojo de vergüenzas y buscarle disfraces a lo que uno es. Más bonito si dejamos el engaño, si nos lanzamos a la espontaneidad torrencial, si en vez de ahorrar para una revista, invertimos en un endoscopio. Mi reino por un retroceso a la sinceridad, a darnos el lujo de ser feos, tocar fondo y ser vistos. Usar el fruto de las ricas cosechas, propiedad de increíbles diseñadores, como método para comprender y rescatar nuestras sinceras intenciones. Ya que somos felices diciendo que estamos locos, que el mundo se acaba, que somos únicos; vistámonos mal.

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According to many, perhaps the most enlightening part of our personality is in our attire. In theory, the costume warns others about our status as human beings, proficients for reproduction. Dressing up, in our capitalist wisdom, or the wearing of certain luxuries, instructs the one in front of us, the people on the tube, the one interviewing us, the one we love, that genetically we are in good shape. In the cultural dictionary, to wear an object socially considered as luxurious means that we have accumulated so many resources, that investing a few thousand on frivolity becomes quite a charm.

For my part, it is quite easy to point out that every time I dress worse. So what? If it is too easy to dress up fine nowadays! The trends’ virgins are rather few, and all endangered. Today no one embarks on a mission to find a style. Why, anyway? Now they can have all of them and mould to each one. Designer garments at mass prices; daily posts, weekly magazines, monthly bibles with precise instructions on what goes well with what, a step by step tutorial for visual recognition. As in Hansel & Gretel, we follow the crumbs of a path already covered by other.

To me dressing 'well', having a style, is more than anything, an ethical problem, a matter of decency. Being more graphic, is a direction problem. Dressing is an emigration exercise of internal stories to an outer, public crust. Never, ever of plastering our bunch of embarrassments and to seek a disguise to what one is. Nicer if we stop cheating, if we jump into the spontaneous torrential, if instead of saving for a magazine we invest in an endoscope. My kingdom away for a return to sincerity, to afford to be ugly, hit bottom and be seen. To use the rich fruit of crops, owned by the many astonishing designers, as a method to comprehend and rescue our most sincere intentions. Since we are happy to say we've gone crazy, that the end is near and that we are unique, let’s dress all wrong.